Ya hace tiempo que quiero hablar sobre los malos tratos y mi visión, muy particular, sobre este asunto. No me refiero a esos malos tratos brutales físicos o psicológicos, que me revuelven literalmente el estómago y que jamás sería capaz de tolerar en mi presencia, aún a costa de meterme “donde nadie me llama” y salir mal parada. No, de esos no son de los que quiero hablar, sino de esos otros más sibilinos y asumidos por la sociedad, pero que no por ello dejan de ser malos tratos tan dañinos como los otros pero menos visibles y que en grado sumo pueden llegar a encaminar conductas que si no se abortan terminarán en las agresiones más crueles, provocando dolor en el maltratador y el maltratado, si leíste bien, también en ese necio hijo de puta que se merece lo peor, pero que también es víctima de algún modo. Alguna vez te has parado a pensar, que a su manera, también está padeciendo su alma y es tan cobarde, inseguro, cruel e impotente que solo sabe agredir a otro para saciar su frustración. Pues hay que pararse a pensar para comprender, para buscar soluciones a este Gran Problema Social, que va dejando un sendero de dolor. Aunque en estas aguas no voy a navegar ahora…
De lo que quiero hablar ese otro tipo de maltrato más común y menos apreciable para el ojo crítico humano por el poco ruido que hace y el poco polvo que levanta. He observado y escuchado a lo largo de mi vida miles de estas situaciones, y seguro que tú también, aunque a veces pasan inadvertidas por lo cotidianas que se vuelven, pero que si analizamos convenientemente veremos que están ahí y varían en grado y medida como variada es la vida misma. Son los maltratos emocionales, esos a modo de manipulación, sugestión, amenaza, vejación, menosprecio, o simple indiferencia. Pueden ser en algunos casos incluso inconscientes, pero no por ello menos criticables. Y aunque me chillen los (o más bien las) del fondo, no son exclusiva masculina, parten tanto de hombres como de mujeres, yo he presenciado muchos de estos malos tratos “sutiles” (muy entrecomillado), y tal vez sea esa supuesta “sutileza” lo que los hace pasar inadvertidos o no pararse a pensar en ellos, aún, cuando los reconocemos como tal. No son grandes abusos de poder como una tsunami, sino grandes abusos de poder como una tortura eterna, un gota a gota constante que va haciendo mella en el alma y agujereando si no con más dolor, si provocando heridas más profundas y duraderas.
Desde bien pequeños y en el seno de la familia, la escuela o los amigos ya empezamos a observar, oír y sentir este tipo de comportamiento. Comparaciones entre hermanos, ridiculizaciones o castigos ante invitados o profesores, descarga de frustraciones o culpas de sobre los hijos, en definitiva, miles de actos cotidianos pero nada convenientes. Esto va forjando un carácter con tendencia a la rebeldía y la sublevación. Pero recordemos que cuando no se ha sentido el peso de la opresión no cabe sublevación, no es más que una reacción a dicha acción. Ya en la adolescencia y según hacia qué lado de la balanza se haya inclinado nuestra “deformación” seguiremos convirtiéndonos en algo que no somos, algo credo por las circunstancias que nos han rodeado de bien distintas maneras a cada individúo, pero muy parecidas en su base, para continuar deformando o formando otro carácter. Y así nos vamos construyendo un sinfín de personalidades de las que echar mano en diferentes situaciones pero sin terminar de descubrir quien coño somos nosotros en realidad.
Mientras somos jóvenes esto nos importa una mierda literalmente, ni tan siquiera nos paramos a pensar en ello, o lo hacemos de forma muy desordenada y sin llegar a ninguna conclusión, no tenemos las capacidades ni los recursos suficientes para hacerlo, y pasa la vida no sin dolor ni sin sus correspondientes desengaños. Y crecemos, crecemos, crecemos como personas adultas faltas de todo eso que nos fue negado: cariño, comprensión, confianza, respeto, ternura, entusiasmo, y lo más importante, respeto hacia nosotros mismos y hacía los demás. Nos emparejamos y comienzan los problemas, los choques emocionales, las concesiones, las “generosidades” carentes de generosidad, perseguimos algo que no tenemos pero que terminamos descubriendo que nadie tiene, ni nos puede aportar, integridad. No la tenemos porque para ser integro hay que despojarse del ego, y el ego se alimenta de frustración, desencanto, orgullo, y casi todo lo negativo, todo lo que hemos necesitado para sobrevivir en esta jaula de locos. Desprenderse de ello es muy, pero que muy difícil y exige un gran trabajo de autocrítica y determinación descomunal.
Exige querer crecer como persona individual, aceptando los errores como nuestros, no buscar culpables más allá de nosotros mismos y perdonando a los demás que no soportando (véasela diferencia en la RAE), porque a veces confundimos términos. Porque si bien es cierto, que gran parte de esta situación fue sembrada cuando éramos niños y adolescentes, es durante la juventud o la edad adulta, si no hemos sido capaces antes, donde tenemos la obligación de tomar las riendas de nuestra vida, debemos asumir la responsabilidad de quien somos y descubrir cómo queremos vivir esa vida y soltar lastre. Mirar nuestro pasado para analizarnos a nosotros mismos y buscar desde la sinceridad cuales fueron nuestros errores y cuales nuestras carencias, esas que nos hacen volver al fango y hundirnos en lugar de elevarnos hacia el universo de la libertad. Si no le dedicamos tiempo a nuestras almas, seguiremos caminando sí, pero encerrados en ese Peter Pan eterno que se niega a crecer, se niega a buscar respuestas y prefiere vivir en el mundo de nunca jamás, porque es mucho más divertido que asumir la triste y dolorosa realidad delo que significa ser mayor, y eludiendo la responsabilidad más grande, la que nos debemos a nosotros mismos.
Este complejo de Peter, daña más que ayuda, daña hasta tal punto que se va arrastrando a lo largo de la vida afectando a nuestra forma de crecer, de pensar y sobre todo de comunicarnos y relacionarnos con otras personas. Va dejando un poso tan profundo, que llegamos a creer que se haya disuelto y evaporado, pero que basta agitar un poco las aguas para que salga a la superficie. Este poso es el que va creando caracteres autoritarios, sumisos, complacientes, ariscos, rebeldes, intolerantes, déspotas, bipolares, intransigentes, excéntricos, egocentristas, inseguros y más, pero que dejaré aquí para no extenderme demasiado.
Estamos intentando solucionar la violencia sin ser conscientes o no querer serlo, de que la mayor parte de esa violencia se mama en la teta de la infancia, que esa es la raíz a la que hay que meter mano si queremos terminar con los malos tratos. Las personas no somos libres si no nos educaron en libertad (no confundir con libertinaje). Si no tomamos consciencia de que si nos hacen daño es porque nosotros lo estamos permitiendo de un modo u otro. Si me gritan y lo tolero, si no le doy importancia porque eso lo hacia mi madre con mi padre, o viceversa, y es “normal” en una pareja, por ejemplo, ¿Quién es el culpable? El que grita o el que lo tolera. Pues yo pienso que es el segundo, porque uno nunca debe tolerar lo intolerable.
Dime algo ¿Cuántas veces has visto a tus padres besándose en la cocina?, lo sé, pocas o ninguna, y si los vistes ellos dejaron de hacerlo de golpe, no de forma natural, incluso se avergonzaron. Y sin embargo, deberían avergonzarse de otras conductas no de esta, al contrario esta se debería fomentar. No seamos tan ridículos o cortitos de pensar que eso va a conducir al desenfreno sexual a un niño (casi imposible) o un adolescente. Son inteligentes, pero sobre todo, altamente sensibles. Yo pongo la mano en el fuego de que ver a tus padres amarse, aunque en un primer momento les avergüence, lo hace desde una visión de algo íntimo y hermoso donde te sientes un espectador indiscreto, pero que más tarde le hará sonreír en privado, y lo que es más importante, crecerá sabiendo que lo natural en una pareja es amarse, no gritarse.
Hasta el día en que no comprendamos todos y todas, que para crecer en la vida hemos de fundamentar el valor del cariño, el respeto, la educación y la palabra y que todo ello forma el diálogo y que es en ese diálogo, donde está la única clave para solucionar los problemas. Hasta que llegue ese día, no conseguiremos que el mundo se entienda. Si a no somos capaces de educar a nuestros hijos para sentirse bien en sus cuerpos y en sus mentes, sabiéndose perfectos por naturaleza y desarrollando sus más grandes y hermosas capacidades como la generosidad, la tolerancia, la empatía, la sinceridad, el compañerismo, la humildad, el amor y todos esos valores por los que merece la pena vivir y que hacen grande a un hombre o a una mujer. Hasta que esto no sea la base de la educación, seguiremos criando almas que militaran en el bando de los maltratadores o los maltratados, en lugar de personas integras. Y tanto nosotros/as, como educadores/ras o ellos/as el día de mañana como adultos, seremos los/las culpables.
Así que porque no empezamos a apartarnos de conductas y cánones caducos y carentes de resultados óptimos y comenzamos a fomentar lo que tenemos de serie en nuestra alma, el amor. No permitas que nadie te trate de otra forma que no sea con amor, o tan solo tú serás el culpable, y no trates a nadie de otra forma que no sea con amor.
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