Hace unas semanas, un par de amigos con los que estuve
conversando en diferentes días, me comentaron una situación bastante parecida.
Un asunto que no es nuevo, pero que empieza a parecerse mucho al día de la
marmota, es decir, se repite. En los últimos tiempos además, está ocurriendo
con demasiada frecuencia. Cada vez es más habitual y cotidiano escucharlo en
boca de cualquiera. Pero sobre todo y lo que es peor, empieza a normalizarse.
En mi opinión, no tiene nada de normal,
pero tal vez sea, porque en términos generales, lo que a los demás tienden a
parecerles normal a mí no suele parecérmelo (así soy de rara, que le vamos a
hacer). Pero esta normalización del asunto, me preocupa.
Me preocupa
principalmente lo asumido que lo tenemos y como suele ocurrir en estos casos,
la poca atención que se le está prestando. Como todo lo que no es novedad está
pasando a un segundo plano, pero consigue que yo sí le preste atención y me
haga preguntas, me pare a pensar con más detenimiento e intente hallar mis
respuestas.
Es algo que
siento cerca y veo que se está extendiendo y propagando como una verdadera plaga,
pero que no se contempla como tal, a lo mejor porque no se pueda clasificar de
este modo, o puede que sea, debido a que casi en el 90% de los casos se cura. Esto,
sirve como bálsamo de Fierabrás pero no es mágico. Sí, hablo del cáncer.
Cada vez son
más frecuentes las noticias de familiares, amigos o conocidos a los que les han
diagnosticado un cáncer, es decir, se les ha desarrollado. Ese es el término
adecuado. Algo que se desarrolla o no. Esto me quedó claro desde que mi
simpático traumatólogo, ya jubilado por cierto, me explicó como si tuviera
cinco añitos, que todos estamos expuestos a
desarrollar la enfermedad, ya que no son más que las células de nuestro organismo
multiplicándose de forma rebelde y maligna (neoplasia maligna se llama), y
creando cúmulos de células cancerosas (tumores). Son al fin y al cabo células
descontroladas o hijas de puta (esto último lo dije yo).
Partiendo de
esta información tan básica y tras leer algunos artículos sobre el tema en
internet, libros, prensa y escuchando declaraciones de gente que había vivido
la enfermedad de diferentes maneras, hay una pregunta que se repite
constantemente en mi cabeza: ¿Por qué tan a menudo?
Parece como
si todos, antes o después, tuviésemos que terminar pasando por ello. Ya no se
ve como algo raro o aislado, que es consecuencia principalmente de la edad, sino
que se acerca peligrosamente a cualquier edad y nos va rodeando con sigilo. Los
médicos tienen algunas ideas sobre el por qué la gente puede desarrollar un
cáncer. Los principales factores implicados son la genética y determinados
desencadenantes ambientales y de comportamiento. Pero también he leído y
escuchado en muchas ocasiones a médicos entendidos en la materia, decir que
esta enfermedad tiene la sorprendente particularidad de que, la actitud del
paciente puede llegar a generar un cambio radical en su evolución, y en algunos
casos, hasta desaparecer de forma “milagrosa”. Esto, resulta más sorprendente,
si cabe, viniendo del colectivo médico, que no suele ser dado precisamente a
creer en milagros, y mucho menos en fomentarlos.
Como
ejemplo citaré el caso de Suzanne Powell,
una tía cojonuda, con una cojonuda actitud ante la vida, cuya experiencia ahora
comparte para ayudar a otras personas de forma gratuita, y que os aseguro es
muy interesante (podéis buscar su “Reset” por ejemplo, en YouTube). No se trata
de buscar nuevos profetas, sino de ser los nuestros propios, cada uno siendo
consciente de su capacidad y maestría para ser feliz, y que sin duda para mí, es
“La actitud”.
Y llegados
a este punto, es cuando yo me monto mi propia teoría al respecto. Y os digo,
que creo fervientemente que el verdadero cáncer, la verdadera plaga de este
mundo, la que nos está cercando cada vez con más intensidad, es la actitud del
ser humano ante la vida. Cada vez la gente está más desmotivada, es más
pesimista, cree menos en su fuerza interior y confía menos en los demás. Desde
todos los flancos tanto institucionales, como familiares y sociales nos están
llegando un sinfín de mensajes que minan nuestro optimismo, nuestra fuerza
vital, nuestra ilusión y hasta la paz de
nuestra alma.
Tanto en el
terreno profesional como en el personal, se nos exige saltar un listón que cada
vez está más alto y es menos alcanzable, por lo que hay que ser altamente competitivo,
y señores, esto es sinónimo de rivalidad y disputa. Es la ley del más fuerte. Plantearse
la vida como si fuera una batalla a ganar o perder, en lugar de simplemente
vivir y dejar vivir. Ya no vale con ganarse las lentejas dignamente, tener un
hogar, disfrutar de lo que se tiene y ser feliz, ¡no! Eso, es apostar a caballo
perdedor, y lo malo es que así se lo
estamos transmitiendo a las nuevas generaciones.
Hay que ser
“el mejor” en todos los aspectos, y aquí, el término mejor equivale a “el que
más”. El que más dinero gane, el que más grande la tenga (la casa o la polla es
igual), el que más caro tenga el coche, el que más idiomas domine, el que más
carreras tenga (y no hablo de running, aunque podría añadirlo), el que más
deportes practique, incluso el que más
perfecto sea físicamente, dando un banal sentido a este término y aunque para
ello haya que pasar más veces por quirófano que Cindy Jackson. Pero esta
señorita como el resto de individuos que persiguen esa supuesta perfección
primero debería haber echado un ojo a la definición de la palabra “perfecto” en
el diccionario, es decir, “Que tiene el
mayor grado posible de bondad o excelencia en su línea”, cosa que dudo o hubiesen
comprendido aventuro, que la bondad no se implanta en un quirófano.
En fin, y
al fin, lo más triste de todo, es que nos estamos olvidando de fomentar lo más
importante, que es la alegría, que no la felicidad, que es más bien el producto
resultante de esta. Tanta responsabilidad no deja tiempo para vivir, divertirse,
jugar, compartir, ayudar, descubrir. No deja tiempo al tiempo, ya que esta
búsqueda es a contra reloj. La alegría está mal vista en nuestros días. Llevan
mucho tiempo inculcándonos una idea equivocada de lo que es la felicidad y lo
peor de todo es que estamos creyendo en ella. La avaricia siempre rompe el
saco, pero la ambición rompe el alma. Por eso cada vez que salgo a la calle me
fijo en la gente y veo rostros grises,
ceños fruncidos, semblantes sobrios, ojos opacos… ¿Es eso lo que queremos
realmente? Yo francamente, no.
Sonreír es
gratis, pero qué poco vende, y los pájaros de mal agüero están en boga. Nos
están haciendo creer que sonreír no está bien, que ser feliz aunque no se tenga
nada (y hablo de dinero, que hoy en día es “el todo”) no es “normal”, que las
cosas pequeñas no tienen valor, que el mundo es un lugar hostil donde hay que
salir a luchar cada día en lugar de un paraíso de sensaciones donde disfrutar.
Que la felicidad dura poco, así que mejor no te sientas muy feliz, ni te
relajes mucho en esa breve situación, no sea que la bofetada te pille sin
protección, así que ¡protégete del enemigo! ya que no se puede confiar en
nadie, el ser humano es mezquino y ruin. Tan solo el dinero, será la llave que
te abrirá las puertas de la felicidad.
Pues
señores, yo les digo que van de culo como piensen de este modo, pero sobre todo como actúen de
este modo. El dinero es necesario sí, pero no tanto. Es un medio, no lo
conviertan en un fin. Yo lo tengo claro, y pienso que en realidad, este es el
motivo por el que el cáncer cada vez ataca con más frecuencia. El ser humano no
vive, sobrevive, y lo hace tristemente, y lo que es peor, piensa y cree que no está en su mano ser
feliz. El sistema inmunológico de nuestra especie está por los suelos, y no
digamos la autoestima. Nuestras almas se debilitan cada día, están hambrientas,
famélicas, indefensas y a este inquilino le encanta campar a sus anchas en la
debilidad del alma. Eso es exactamente lo que yo creo.
La plaga de
nuestros días es la poca atención que se le está prestando a nuestros
sentimientos y los medios de comunicación pioneros en machacar, violan, agreden
y manipulan a diario, infectando al ser humano de los peores sentimientos, que
fomentan con sus noticias tremendistas y repetitivas. Nuestras almas pueden ser
frágiles como las alas de una mariposa, sí. Pero yo sé, que también poseen la
más grande de las fortalezas cuando se alimentan. Y se alimentan de risa, de
bondad, de amor, de confianza, de
respeto, de cariño, de magia, de alegría, de comprensión, de sueños, de
amistad, de tolerancia, de solidaridad, pero
sobre todo…de ilusión. Sí, ya sabemos que existe el dolor, pero sufrir
más de lo estrictamente necesario es optativo, y puede durar menos si se enfoca
adecuadamente. “No me llames iluso por tener una ilusión”, ¿te suena?,
simplemente comparte la alegría.
La
felicidad empieza por la alegría, la libertad para sonreír, libertad para
elegir lo que nos gusta, libertad para elegir como vivir, libertad sin cargas
emocionales. El éxito está muy bien, pero elige tú mismo cuál ha de ser ese
éxito, no vayamos como corderos siguiendo a un pastor que no nos ha dicho ni a
donde va. No hagamos de ello el centro de nuestra existencia, o cuando hayamos
llegado, si es que algún día llegamos a saltar ese listón tan alto, tal vez no
nos queden fuerzas, humor o salud para disfrutarlo.
Un día una
anciana me dijo: “Antes la gente se reía más y no tenía nada, ahora tienen de
todo pero nunca tienen suficiente” y sé murió de risa.
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