Me gusta la psicología. Posiblemente porque
me gustan las personas, la mente, la comunicación, la forma en que nos
expresamos y lo que el entorno provoca en nosotros. Algunos amigos me piden
consejo, aunque a mí no me gusta darlo. Puedo opinar, pero no aconsejar, porque
jamás dispondré de datos suficientes para ponerme en tus zapatos. Estos
intereses personales hacen que tenga cierta disposición a escuchar, y sienta
necesidad de ayudar, principalmente porque me hace sentirme bien, y eso me
gusta. Me planteo muchas cosas y siempre estoy ávida de información que me
aporte más datos sobre quién soy y porque actúo como lo hago, siempre deseo
aprender, y siempre termino aprendiendo
algo de las personas que me rodean.
Un día me planteé esta cuestión: Hay cosas
que deben decirse en público, pero otras son privadas y nunca deben revelarse
públicamente. Han de guardarse, esconderse, ocultarse. Seguro que en este
momento se te están ocurriendo miles de ideas a este respecto y estás afirmando
con la cabeza o con el pensamiento, estás total o parcialmente de acuerdo
conmigo. Pues te equivocas, porque yo no estoy de acuerdo con este pensamiento.
Porque si actuamos de este modo, lo que conseguiremos es justamente lo
contrario. Que no desaparezcan jamás.
Si por ejemplo, hoy yo subiese al Facebook el texto: “Cuando
llegué ayer a casa me encontré a mi
pareja (marido/novio/amigo con derecho a roce) en la cama con otro/a y estoy
destrozada”. Seguro te quedarás
desconcertado/a. Puede, en un primer momento,
que pienses que es una broma, cositas del “face” que nos vuelve
graciosillos y juguetones. Pero si consideras que no lo es, seguro te chocará
que comparta esta información públicamente y decidirás de qué modo vas actuar ante esta revelación.
Pero si escribo: “En mi vida entró alguien
fascinante que me hace tocar el cielo cada vez que me mira”, posiblemente no dudes de su veracidad, o al menos de que
algo maravilloso me está sucediendo y fijo lo comprendes al instante. Casi
apostaría a que haces un comentario o clicas al “Me gusta”.
La diferencia entre estas dos situaciones es
evidente, no estamos acostumbradas/os a
compartir la parte negativa de nuestras vidas porque la consideramos vergonzosa, y si nos
hacen partícipe de ella lo primero que hacemos es dudar de su veracidad. Aunque
no seamos nosotros mismos los causantes de la situación, nos resulta bochornoso
que la gente se entere de que nuestra vida no es un jardín de flores, porque
mina nuestra imagen de personas perfectas y felices. Pues bien, nadie es
perfecto, eso lo sabemos todos, ni existen vidas perfectas. Tan solo vidas
diferentes con experiencias diferentes pero que acaban siendo muy similares.
Todos tenemos momentos de felicidad pero también y por desgracia, muchos
momentos de dolor, pero estos últimos no son atractivos, no interesan, no se
comparten. Son privados.
El dolor, el sufrimiento, la tristeza, forman
parte de nuestras vidas, pero no se deben compartir. Tan solo, en el mejor de los
casos, lo hacemos en un círculo muy cerrado que termina abarcando tan solo a
nosotros mismos. Nos han enseñado a ocultarlos,
a no mostrarlos, ¿quién no ha escuchado
alguna vez (por no decir miles) “los trapos sucios se lavan en casa”?
Pues bien, a mí me gustaría saber que trapos
son esos. Tal vez los que se quedan ahí en el cubo mental de la “ropa sucia”
apestando por el resto de nuestros días y que jamás se lavan, esos que corroen
el alma hasta volverla color gris ceniza, esos que están en todos nosotros de
un modo u otro pero que cuando finalmente los muestras a alguien, este termina
sacando su propia colada y demostrándote que los tuyos tal vez no estaban tan
sucios sino un poco deteriorados, o viceversa, pero que consigue que ambos os sintáis mejor. No eran tan sucios y
seguramente la mayor parte de ellos no eran ni vuestros.
No creo que se tenga que ir aireando la vida privada
a los cuatro vientos, pero sí, que sería muy beneficioso para todos/as que
se tuviera libertad y soltura para
expresar tanto las cosas que nos hacen felices como las que nos dañan. Entender, que la comunicación es la
base del entendimiento entre seres humanos, que nada de lo que nos ocurre es
aislado, y mucho menos sucio, bochornoso
o vergonzoso, por el mero hecho de que nos
provoca un dolor. Pero entiendo que poder hablar de ello con libertad es la única manera de que podamos liberar los miedos, confiar en las personas y
no cargar con lastres innecesarios.
No hay nada vergonzoso en sufrir, ni en sentir
dolor, en ser sensible, ser abandonado o engañado por tu pareja o en tener una familia “políticamente
incorrecta” (todas tienen “algo” os lo aseguro). Pasar hambre, no tener dinero
para llegar a fin de mes o cientos de cosas que se me ocurrirían. Seguro que
alguna encaja en tu perfil y si no es así, eres esa excepción necesaria para
confirmar cualquier regla ¡estás de suerte! O te estas mintiendo…
Pero, seguro que estarás de acuerdo conmigo
en que no compartirías algo así con nadie, o casi nadie, cuando menos en un Facebook. Sin embargo, si lo hiciéramos, posiblemente recibiríamos más
beneficio que perjuicio, porque si algo tiene las redes sociales es que detrás
hay personas, y esas personas en términos generales son SOLIDARIAS. Todo el
mundo se mueve cuando una chica ha desaparecido, o un delincuente
peligroso está en busca y captura, un niño necesita un trasplante o hay una evidente injusticia
social. Las personas se conmueven y tienden a arropar al prójimo en situaciones
críticas, pero esas críticas situaciones son de otros, a mí no me ocurren.
Así que, si me encuentro el “numerito de cuernos” no se me
va a ocurrir compartirlo con nadie, no sea que critiquen mí crítica situación y
mi mundo de color rosa desaparezca (aunque ya lo haya hecho). Pero si me entra
la enajenación mental transitoria y lo comparto, estoy segura de que recibiré
llamadas de mis amigos, esos que lo son no solo de nombre, y miles de muestras
de apoyo de gente, que aun no conociéndome lo suficiente, querrán arroparme de
alguna manera. Y es muy probable que ese apoyo me ayude a sentirme mejor. Pero para eso he de estar
acostumbrado a expresar mi sentir con libertad y sin vergüenza, ¡aaah, la
vergüenza! Eso que se tapa desde que nacemos y que con cada año contiene una
capa más y termina convirtiéndonos en pesadas cebollas y haciéndonos llorar…..
Si estuviéramos acostumbrados a expresar el dolor con la
misma facilidad con que expresamos la
alegría, ese dolor sería menos doloroso, valga la redundancia, menos dañino,
más liviano e incluso más breve, ya que perdería toda su carga psicológica, el
peso de la mal entendida “vergüenza”
impuesta por una sociedad que nos dice que la imagen está por encima de las
personas, de los sentimientos, de la vida misma. Que eres lo que aparentas y no
lo que verdaderamente eres, que es, mil veces mejor que eso.
No os pido que estéis de acuerdo conmigo, tan
solo que os paréis a pensar en ello unos instantes y os preguntéis ¿Qué beneficio se obtiene de no expresar el
dolor? ¿Compensa?
Yo os doy mi respuesta: Ninguno. Y no, no
compensa.
A la corta o a la larga tan solo la
comunicación, compartir con otras personas tu angustia, logrará, sino que te
deshagas de ella, si mitigar su peso.
Buscar personas con quien compartir tu dolor y no ocultarlo, rodearte de amigos/as
de esos que no juzgan, que saben
escuchar, sinceros, imparciales, nobles, y generosos y sobre todo logra comunícate,
a poder ser personalmente, no a través de un Facebook, será lo que te libere de
buena parte del peso.
Si no lo consigues, es muy probable que termines
tumbado en un diván contándoselo a un perfecto extraño al que pagarás por horas
para que escuche tus mal entendidas “miserias” y que en la mayoría de los casos
el único peso que te quitará será el de la cartera, porque al fin y al cabo,
¿no son los psicólogos amigos de pago?
Me gusta la psicología, pero más me gusta
poder sentir que lo que sé, lo que siento y lo que soy lo puedo compartir con
otras personas de forma totalmente altruista y conseguir que de algún modo, se
sientan mejor. ¿Y a ti, te gusta hacer sentir bien a los demás? Pues elige a
tus psicólogos, el mío………… puedes ser tú.
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