A veces me pregunto qué
hago en este puto mundo, que pinto yo aquí, si es que pinto algo. Que absurdo
cometido tiene la humanidad y si esta seguirá en una especie de infinita existencia
o se extinguirá como tantas otras especies lo hicieron antes.
El ser humano pasa de
sentir la vida como algo sencillo a contemplarla como algo indescifrable. Nacemos
para morir, de eso no hay duda, y tal vez lo único que dejemos en nuestro
camino sea nuestra obra, nuestros hijos, nuestro arte, nuestra huella…tan
efímera y fácil de borrar como la nube del humo de este cigarrillo. No somos
nadie y nadie nos recordará, por lo menos a la inmensa mayoría de nosotros, al
grueso de la especie. ¿Acaso importa?
Pero somos tan importantes
a nivel individual, que sentimos la necesidad de perpetuarnos de algún modo. Tal
vez los sentimientos, lo que nuestro complejo cerebro nos hace sentir, es lo único
verdaderamente cierto. Durante unos minutos placer, rabia, frustración, alegría,
desdicha, ilusión, pena, amargura, gratitud, eufonía, necesidad, instinto de
superación….Si careciésemos de todos los sentimientos ¿qué seriamos? El ser
poseedores de una mente capaz de abstraerse de la realidad tal vez sea lo único
que nos mantenga vivos y nos impulse hacía esa necesidad de seguir creando, soñando,
luchando….Pero esto ¿nos hace más felices o más desdichados e insatisfechos con
nuestra fugaz y real existencia?
No comprendo la vida pero
he de vivirla. No sé qué hace que nos aferremos a ella con uñas y dientes, ¿el
instinto de supervivencia, la aventura, la curiosidad tal vez de lo que
sucederá mañana? ¿Por qué luchamos? ¿Por nuestros verdaderos deseos o por lo
que la sociedad nos obliga a creer que deseamos? Casa, coche, hombre-mujer, nómina,
pensión, dinero, seguridad…..Esa supuesta seguridad que nunca es del todo real
y que pende de un delgado hilo, que se tambalea y cae como los frutos maduros
cuando menos lo esperamos con cualquier viento desfavorable.
¿Que nos hace levantarnos
cada mañana? Posiblemente ese sentido de la responsabilidad soterrado en
nuestros pellejos pre-programados, esa ilusión reconquistada en los ojos de
cualquier ser humano afín o la necesidad de pensar que algo maravilloso está a
punto de suceder. Porque si de algo estoy totalmente segura, es de qué la
incertidumbre del final de la historia, nuestra historia, la que a diario
escribimos cada uno, es lo que nos impulsa a continuar escribiendo en el gran
libro de nuestras vidas, creyéndonos así los grandes autores de nuestra propia
novela, la única que nos importa, la única que nos empuja a seguir adelante.
Pero asumamos, que en el fondo, no somos más que piezas de un enorme puzzle,
meros personajes secundarios de la historia que están escribiendo otros.
A veces cierro los ojos y
puedo desaparecer, olvidar tiempo, lugar, situación y por unos instantes no
echo nada en falta, ni siento ni padezco, mi cuerpo no me necesita ni a mí ni a
nadie, él sigue respirando, palpitando, envejeciendo con cada segundo,
marchitándose como rosas en un jarrón. Es mi cerebro quién controla hasta cuándo
continuará mi existencia, quién tiene el poder de decisión. No soy más que un cerebro
cubierto de hueso y carne, una voz en la
mente, una marioneta que podría cortar sus hilos, pero que sabe que dejaría de
bailar para siempre en el baile de la vida, y todos queremos seguir bailando.
Es, en ese momento, cuando
soy consciente del poco control que poseo. Aunque yo lo ordenase mi cuerpo no
dejaría de respirar, no obedecerá, de igual modo que dejará de hacerlo contra
mi voluntad cuando él lo decida y nada podré hacer por evitarlo. Tal vez otros
antes que yo, descubrieron algo parecido y decidieron jugar a ser dioses y estudiar
medicina, como forma de rebeldía e insumisión, para poder mitigar tal impotencia
manifiesta. Pero ni con esas lograrán vencer sus miedos, espantar sus demonios,
ya que esos “milagros” tan solo podrán
ser manifestados sobre otros, en su propia persona jamás tendrá el poder de
vencer a la muerte.
Creo que deberíamos empezar
a venerar a nuestro cerebro, es el único y verdadero Dios que rige nuestra
vida. Omnipotente y omnipresente, dueño y señor del existir, el que manda. Ser
consciente de ello me hace interesarme más por esa sofisticada computadora
central, tan exquisita y compleja, retorcida en ocasiones pero tan sencilla y
generosa en otras, incomprensible, obtusa y a veces, tantas veces….extraña.
Dominar la mente será lo
único que me hará más grande, porque sobre el resto siento que apenas tengo
control alguno. No voy a negar que a veces me sorprenda con pequeñas
conquistas, esas que a pesar de mi programación de serie yo me salto a la torera,
las quebranto, las persigo y doblego, las reseteo y replanteo de nuevo por la necesidad de ir más
allá, quiero saber, saber, saber…
Quiero respuestas para los
porqués de nuestros actos, eso es lo que me mueve, a pesar de toda educación, doctrina o de haber recibido cierto
software, a desear ser un troyano espía de mi misma, esperando el momento de
ser auto ejecutado y tomar el control, escapar del rebaño, convertirme en la oveja
descarriada, pero libre, que siempre quise ser, aun cuándo ni yo misma supiera
cual iba a ser el resultado final. Algo en mi interior me lo dicta, algo más
allá de mi cabeza, algo espiritual, lejano pero intenso….
¿Qué es, lo que me subleva
contra mí misma y se manifiesta como una auténtica revelación, un milagro, una
conquista más de mi obstinado cerebro? Tal vez nunca tenga el control absoluto,
pero al menos lo sé……y si logro conocer al enemigo, dispondré de más armas para
hacerle frente.
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