@-DESMITIFICANDO MITOS-@


Libertad sexual, qué bien  suena  ¿verdad? Se podría decir que hoy en día gozamos de esa libertad ¿no crees? Ya todos esos tabús, presiones y represiones, mitos y prejuicios han caído como cayó el muro en Berlín. Hombres y mujeres salen a la calle (o se quedan en casa conectados a un chat, o una red social, teléfono erótico o donde sea) y pueden buscar libremente lo que desean, sexo. Otra cosa es que lo consigan. Pero tienen libertad sexual, cierto ¿no? Pues a mí me suena a que no, que se vive en una falsa libertad, en una utopía.
Analicemos detenidamente este asunto. Libertad es la facultad que tiene el ser humano de obrar o no obrar según su inteligencia y antojo. Y  Sexual es el sexo o la sexualidad o relativo a ellos. O sea, que viene a decir que el ser humano tiene la facultad de obrar a su antojo en lo relativo al sexo, desde su inteligencia, claro está. Sin embargo dudo de que el ser humano tenga esa capacidad (bien desarrollada al menos), creo que dista bastante, si quiera, de molestarse en desarrollarla.
Me da lo mismo si se mira desde las relaciones esporádicas como si es desde la pareja estable. La libertad queda bastante lejos del sexo, sobre todo, porque para tener libertad sexual, primero hay que tener libertad a secas, es decir, vaciar el cerebro de toda esa información que nos llega a través de los medios,  novelas, películas, amigos e incluso de amantes y crear nuestro propio criterio. A ese, sí que hay que prestar atención pero desde el libre pensamiento, desde la libertad unipersonal, para luego hacer partícipe de ella a la pareja sexual. El problema es que pensamos que la libertad empieza y termina en uno mismo, y lo que es positivo para mí, tal vez para ti sea negativo, así que mejor no te lo cuento no sea que me taches de “bicho raro”. Con estos pensamientos, mal vamos…
Vivimos condicionados por lo que nos han contado (otros/as) sobre sexo. Lo que es y lo que no lo es, en qué orden se realiza, que pautas seguir, con qué frecuencia, lo que excita y lo que no, cuando empieza y cuando termina, lo que se puede o no decir, en definitiva,  lo que es “normal” o lo que no lo  es.  Y lo creemos sin  detenernos a pensar en  que todo es normal o nada lo es, según para quien y donde. Lo que es normal para un asiático no lo es para mí, o lo que unos tachan de aberración otros lo contemplan como un juego, así que ¿Por qué no empezamos por tachar esa puta palabra del acto sexual? Normal.
En el sexo todo vale. Desde el momento en que te hace sentir placer y no daña a nadie. Desde el momento en que conectas con otro ser que siente y disfruta lo que hace contigo, tanto si es chuparte los pies, como si es comer pollo frito con las manos, o azotar tus nalgas al ritmo de un blues (o tú las suyas). Todo vale. Pero es necesario confiar en uno mismo y en los demás, hay que aceptarse y aceptar, hay que transmitir lo que sentimos y como nos sentimos a nuestro partenaire, hay que comunicarse,  esas son las únicas normas del juego.
La sexualidad es tan amplia como la mente humana, se adapta a cada uno como un guante, es parte de nuestra vida, y puede o no ir ligada al amor, más bien diría que son dos cosas distintas que a veces se pueden fusionar, pero que tocan sensibilidades diferentes, van en contextos distintos. No se puede entrar en  el templo del placer cargado con los asuntos terrenales,  el mundanal ruido o la armadura puesta. Para eso, es mejor no entrar. Para poder hacerlo se necesita libertad de movimientos y pensamientos. Para ser libres sexualmente antes debemos ser sinceros, aceptar nuestro cuerpo como un conductor de energía, de sensaciones, de placer, nuestra mente como un paraíso de fantasía inagotable y dejar fuera de la alcoba todo prejuicio. Abrir la mente es más complicado de lo que parece a simple vista ¿verdad?

Si saliste algún sábado noche (o jueves tarde) en busca de sexo y lejos de ser esa maravillosa experiencia loca, te encontraste perdido en tus pensamientos, camino al hotel, en temas tan importantes como en si se te iba a levantar, en si tu cuerpo sería lo suficientemente atractivo y lucirías bien en pelotas, o si elegiste bien la ropa interior, mientras ella pensaba en si el maquillaje seguiría intacto, si sus tetas te parecerían demasiado pequeñas (o grandes) o si te fijarías en la celulitis de sus muslos, tal vez te estabas yendo literalmente por los cerros de Úbeda y preparando el terreno de un modo totalmente contrarío al natural, totalmente condicionado y cargado de tensiones, ¿Te suena de algo esta situación?
Pues bien,  esto no es sexo, sino presión psicológica por miedo al fracaso. Tal vez pienses ahora que la cosa no fue tan libre como habías pensado que sería, tal vez al final con unas copitas encima no le diste más vueltas y fuiste al grano, pero el resultado no fue exactamente el que pensabas que conseguirías y te quedó una sensación de que algo no estaba bien. De que aquello no era exactamente lo que habías imaginado. Si, hubo besos suaves o sucios,  caricias más o menos tiernas o bruscas, gemidos sutiles o desgarrados, orgasmos más o menos intensos, lo  “normal”….pero la sensación no fue de triunfo, más bien de haber cumplido con un deber y ese deber olía  a fracaso. Lástima, la próxima vez será. Pero, dime algo, entonces ¿te paraste a pensar en que te sucedía? o solo te dijiste mentalmente “pasa palabra” porque la sensación no era exactamente agradable. Nos han reducido el sexo a un acto donde se triunfa o se fracasa y en el sexo, amigos míos, nunca se fracasa. No es una conquista de territorios comanches, es un acto de dos cuerpos dispensándose placer. Cuando hay libertad sexual  jamás se fracasa, solo se siente de diferentes maneras.
El acto sexual  puede que sea el momento de más intimidad al que nos expongamos de forma  consciente en la vida (si no estás borracho), y sin embargo en muchos casos lo vivimos como una prueba de fuego por la que haya que pasar cuanto antes. Damos permiso a otra persona  para penetrar en nuestro espacio vital, en nuestro cuerpo con todo lo que conlleva, y se hace con más miedos que vergüenzas, en este terreno nos sabemos vulnerables, cualquier descontrol de nuestro cuerpo nos aterra (tirarse un pedo por ejemplo), los miedos aparecen, las dudas, los complejos, hasta el punto de poder estar más presentes estos pensamientos en el acto, que nosotros mismos, en lugar de dedicarnos en cuerpo y alma a lo que en realidad deseamos hacer, sentir….
Tenemos un cuerpo lleno de agujeros, fluidos, olores, ruidos, y puede que por ello siempre nos hayan hecho creer que el sexo era sucio, puede que por eso se asocien algunos comportamientos de forma errónea, así que asume esa suciedad porque eso es  natural. Cuando se es joven la carga hormonal es desbordante, pero  la psicológica todavía lo es más, y es entonces, si no tenemos una base sólida de autoconocimiento y aceptación personal,  cuando se pueden sufrir traumas que acompañaran nuestra existencia a lo largo de la vida, generarán resentimientos y crearán conductas y comportamientos futuros, haciendo que te preguntes cosas tan absurdas como: “¿soy normal?”.
Si queremos libertad sexual no será a través de educaciones manipuladas, ni estadística ridículas de cantidad, centímetros o aguante. La única estadística válida es la de nuestro cuerpo. El conocimiento de este como instrumento creado para el placer, sin condiciones ni pautas, sin ruta de viaje, sin nada que desvíe la mente del solo hecho de sentir. Y  de eso se está muy lejos mientras se siga pensando que sin orgasmo no hay sexo placentero, que sin erección no hay acto sexual, que el coito es la forma en que debe acabar cualquier contacto físico, o que todo el juego preliminar (mal llamado) tan solo es un medio para llegar hasta ese fin en lugar de un acto sexual en sí mismo.
Cuando se empiece a ser más sincero y menos táctico, se elimine la carga social y cultural y se abra la mente hacia el entendimiento de algo tan natural como simple, concebido en el ser humano no solo con el fin de procrear, sino como instrumento de placer infinito. Cuando la lacra de la conciencia inculcada durante años se rompa y quede libre la esencia de lo que somos, tal vez entonces seamos conscientes de que esa libertad sexual, tan mal entendida hoy en día, es posible. Y en lugar de colgar falsas medallas en tu expediente  colecciones momentos increíbles en tu memoria.




@-PRESUNCIÓN DE INOCENCIA-@


Ya hace tiempo que quiero hablar sobre los malos tratos y  mi visión, muy particular, sobre este asunto. No me refiero a esos malos tratos brutales físicos o psicológicos, que me revuelven literalmente el estómago y que jamás sería capaz de tolerar en mi presencia, aún a costa de meterme “donde nadie me llama” y salir mal parada. No, de esos no son de los que quiero hablar, sino de esos otros más sibilinos y asumidos por la sociedad, pero que no por ello dejan de ser malos tratos tan dañinos como los otros pero menos visibles  y que en grado sumo pueden llegar a encaminar conductas que si no se abortan terminarán en las agresiones más crueles, provocando dolor en el maltratador y el maltratado, si leíste bien,  también en ese necio hijo de puta que se merece lo peor, pero que también es víctima de algún modo. Alguna vez te has parado a pensar, que a su manera, también  está padeciendo su alma y es tan cobarde, inseguro, cruel e  impotente que solo sabe agredir a otro para saciar su frustración. Pues hay que pararse a pensar para comprender, para buscar soluciones a este Gran Problema Social, que va dejando un sendero de dolor. Aunque en estas aguas no voy a navegar ahora…
De lo que quiero hablar ese otro tipo de maltrato más común y menos apreciable para el ojo crítico humano por el poco ruido que hace y el poco polvo que levanta. He observado y escuchado a lo largo de mi vida miles de estas situaciones, y seguro que tú también, aunque a veces pasan inadvertidas por lo cotidianas que se vuelven,  pero que si analizamos convenientemente veremos que están ahí y varían en grado y medida como variada es la vida misma. Son los maltratos emocionales, esos a modo de manipulación, sugestión, amenaza, vejación, menosprecio, o simple indiferencia. Pueden ser en algunos casos incluso inconscientes, pero no por ello menos criticables.  Y aunque me chillen los (o más bien las) del fondo, no son exclusiva masculina, parten tanto de hombres como de mujeres, yo he presenciado muchos de estos  malos tratos “sutiles” (muy entrecomillado), y tal vez sea esa supuesta “sutileza” lo que los hace pasar inadvertidos o no pararse a pensar en ellos, aún, cuando los reconocemos como tal. No son grandes abusos de poder como una tsunami, sino grandes abusos de poder como una tortura eterna, un  gota a gota constante que va haciendo mella en el alma y agujereando si no con más dolor, si provocando heridas más profundas y duraderas.
Desde bien pequeños y en el seno de la familia, la escuela o los amigos ya empezamos a observar, oír y sentir este tipo de comportamiento. Comparaciones entre hermanos, ridiculizaciones o castigos ante invitados o profesores, descarga de frustraciones o culpas de sobre los hijos, en definitiva, miles de actos cotidianos pero nada convenientes. Esto va forjando un carácter con tendencia a la rebeldía y la sublevación. Pero recordemos que cuando no se ha sentido el peso de la opresión no cabe sublevación, no es más que una reacción a dicha acción. Ya en la adolescencia y según hacia qué lado de la balanza se haya inclinado nuestra “deformación” seguiremos convirtiéndonos  en algo que no somos, algo credo por las circunstancias que nos han rodeado de bien distintas maneras a cada individúo, pero muy parecidas en su base, para continuar deformando o formando otro carácter. Y así nos vamos construyendo un sinfín de personalidades de las que echar mano en diferentes situaciones pero sin terminar de descubrir quien coño somos nosotros en realidad.
Mientras somos jóvenes esto nos importa una mierda literalmente, ni tan siquiera nos paramos a pensar en ello, o lo hacemos de forma muy desordenada y sin llegar a ninguna conclusión, no tenemos las capacidades ni los recursos suficientes para hacerlo, y pasa la vida no sin dolor ni sin sus correspondientes desengaños. Y crecemos, crecemos, crecemos como personas adultas faltas de todo eso que nos fue negado: cariño, comprensión, confianza, respeto, ternura, entusiasmo, y lo más importante, respeto hacia nosotros mismos y hacía los demás. Nos emparejamos y comienzan los problemas, los choques emocionales, las concesiones, las “generosidades” carentes de generosidad, perseguimos algo que no tenemos pero que terminamos descubriendo que nadie tiene, ni nos puede aportar,  integridad. No la tenemos porque para ser integro hay que despojarse del ego, y el ego se alimenta de frustración, desencanto, orgullo, y casi todo lo negativo, todo lo que hemos necesitado para sobrevivir en esta jaula de locos. Desprenderse de ello es muy, pero que muy difícil y exige un gran trabajo de autocrítica y determinación descomunal.
Exige querer crecer como persona individual, aceptando los errores como nuestros, no buscar culpables más allá de nosotros mismos y perdonando a los demás que no soportando (véasela diferencia en la RAE), porque a veces confundimos términos. Porque si bien es cierto, que gran parte de esta situación fue sembrada cuando éramos niños y adolescentes, es durante la juventud o la edad adulta, si no hemos sido capaces antes, donde tenemos la obligación de tomar las riendas de nuestra vida,  debemos asumir la responsabilidad de quien somos y descubrir cómo queremos vivir esa vida y soltar lastre. Mirar nuestro pasado para analizarnos a nosotros mismos y buscar desde la sinceridad cuales fueron nuestros errores y cuales nuestras carencias, esas que nos hacen volver al fango y hundirnos en lugar de elevarnos hacia el universo de la libertad. Si no le dedicamos tiempo a nuestras almas, seguiremos caminando sí, pero encerrados en ese Peter Pan eterno que se niega a crecer, se niega a buscar respuestas y prefiere vivir en el mundo de nunca jamás, porque es mucho más divertido que asumir la triste y dolorosa realidad delo que significa ser mayor, y eludiendo la responsabilidad más grande, la que nos debemos a nosotros mismos.
Este complejo de Peter, daña más que ayuda, daña hasta tal punto que se va arrastrando a lo largo de la vida afectando a nuestra forma de crecer, de pensar  y sobre todo de comunicarnos y relacionarnos con otras personas. Va dejando un poso tan profundo, que llegamos a creer que se  haya disuelto y evaporado, pero que basta agitar un poco las aguas para que salga a la superficie. Este poso es el que va creando caracteres autoritarios, sumisos, complacientes, ariscos, rebeldes, intolerantes, déspotas, bipolares, intransigentes, excéntricos, egocentristas, inseguros y más, pero que dejaré aquí para no extenderme demasiado.
Estamos intentando solucionar la violencia sin ser conscientes o no querer serlo, de que la mayor parte de esa violencia se mama en la teta de la infancia, que esa es la raíz a la que hay que meter  mano si queremos terminar con los malos tratos. Las personas no somos libres si no nos educaron en libertad (no confundir con libertinaje). Si no tomamos consciencia de que si nos hacen daño es porque nosotros lo estamos permitiendo de un modo u otro. Si me gritan y lo tolero, si no le doy importancia porque eso lo hacia mi madre con mi padre, o viceversa, y es “normal” en una pareja, por ejemplo, ¿Quién es el culpable? El que grita o el que lo tolera. Pues yo pienso que es el segundo, porque uno nunca debe tolerar lo intolerable.
Dime algo ¿Cuántas veces has visto a tus padres besándose en la cocina?, lo sé, pocas o ninguna, y si los vistes ellos dejaron de hacerlo de golpe, no de forma natural, incluso se avergonzaron. Y sin embargo, deberían avergonzarse de otras conductas no de esta, al contrario esta se debería fomentar. No seamos tan ridículos o cortitos de pensar que eso va a conducir al desenfreno sexual a un niño (casi imposible) o un adolescente. Son inteligentes, pero sobre todo, altamente sensibles. Yo pongo la mano en el fuego de que ver a tus padres amarse, aunque en un primer momento les avergüence, lo hace desde una visión de algo íntimo y hermoso donde te sientes un espectador indiscreto, pero que más tarde le hará sonreír en privado, y lo que es más importante, crecerá sabiendo que lo natural en una pareja es amarse, no gritarse.
Hasta el día en que no comprendamos todos y todas, que para crecer en la vida hemos de fundamentar el valor del cariño, el respeto,  la educación y la palabra y que todo ello forma el diálogo y que es en ese diálogo, donde  está la única clave para solucionar los problemas. Hasta que llegue ese día, no conseguiremos que el mundo se entienda. Si a no somos capaces de educar a nuestros hijos para sentirse bien en sus cuerpos y en sus mentes, sabiéndose perfectos por naturaleza y desarrollando sus más grandes y hermosas capacidades como la generosidad, la tolerancia, la empatía, la sinceridad, el compañerismo, la humildad, el amor y todos esos valores por los que merece la pena vivir y que hacen grande a un hombre o a una mujer. Hasta que esto no sea la base de la educación, seguiremos criando almas que militaran en el bando de los maltratadores o los maltratados, en lugar de personas integras. Y tanto nosotros/as, como educadores/ras o  ellos/as el día de mañana como adultos, seremos los/las culpables.
Así que porque no empezamos a apartarnos de conductas y cánones caducos y carentes de resultados óptimos y comenzamos a fomentar lo que tenemos de serie en nuestra alma, el amor. No permitas que nadie te trate de otra forma que no sea con amor, o tan solo tú serás el culpable, y no trates a nadie de otra forma que no sea con amor.
 Las personas te hacen daño en la medida que se lo permites, así que no lo toleres ni  los juzgues sin juzgarte a ti primero porque todos partimos del principio de presunta inocencia. Tú eliges.


Sé consciente de tu reflejo........


@-CÁNCER SOCIAL-@


Hace unas semanas, un par de amigos con los que estuve conversando en diferentes días, me comentaron una situación bastante parecida. Un asunto que no es nuevo, pero que empieza a parecerse mucho al día de la marmota, es decir, se repite. En los últimos tiempos además, está ocurriendo con demasiada frecuencia. Cada vez es más habitual y cotidiano escucharlo en boca de cualquiera. Pero sobre todo y lo que es peor, empieza a normalizarse. En mi opinión,  no tiene nada de normal, pero tal vez sea, porque en términos generales, lo que a los demás tienden a parecerles normal a mí no suele parecérmelo (así soy de rara, que le vamos a hacer). Pero esta normalización del asunto, me preocupa.
Me preocupa principalmente lo asumido que lo tenemos y como suele ocurrir en estos casos, la poca atención que se le está prestando. Como todo lo que no es novedad está pasando a un segundo plano, pero consigue que yo sí le preste atención y me haga preguntas, me pare a pensar con más detenimiento e intente hallar mis respuestas.
Es algo que siento cerca y veo que se está extendiendo y propagando como una verdadera plaga, pero que no se contempla como tal, a lo mejor porque no se pueda clasificar de este modo, o puede que sea, debido a que casi en el 90% de los casos se cura. Esto, sirve como bálsamo de Fierabrás pero no es mágico. Sí, hablo del cáncer.
Cada vez son más frecuentes las noticias de familiares, amigos o conocidos a los que les han diagnosticado un cáncer, es decir, se les ha desarrollado. Ese es el término adecuado. Algo que se desarrolla o no. Esto me quedó claro desde que mi simpático traumatólogo, ya jubilado por cierto, me explicó como si tuviera cinco añitos, que todos estamos expuestos a  desarrollar la enfermedad, ya que no son más que las células de nuestro organismo multiplicándose de forma rebelde y maligna (neoplasia maligna se llama), y creando cúmulos de células cancerosas (tumores). Son al fin y al cabo células descontroladas o hijas de puta (esto último lo dije yo).
Partiendo de esta información tan básica y tras leer algunos artículos sobre el tema en internet, libros, prensa y escuchando declaraciones de gente que había vivido la enfermedad de diferentes maneras, hay una pregunta que se repite constantemente en mi cabeza: ¿Por qué tan a menudo? 
Parece como si todos, antes o después, tuviésemos que terminar pasando por ello. Ya no se ve como algo raro o aislado, que es consecuencia principalmente de la edad, sino que se acerca peligrosamente a cualquier edad y nos va rodeando con sigilo. Los médicos tienen algunas ideas sobre el por qué la gente puede desarrollar un cáncer. Los principales factores implicados son la genética y determinados desencadenantes ambientales y de comportamiento. Pero también he leído y escuchado en muchas ocasiones a médicos entendidos en la materia, decir que esta enfermedad tiene la sorprendente particularidad de que, la actitud del paciente puede llegar a generar un cambio radical en su evolución, y en algunos casos, hasta desaparecer de forma “milagrosa”. Esto, resulta más sorprendente, si cabe, viniendo del colectivo médico, que no suele ser dado precisamente a creer en milagros, y mucho menos en fomentarlos.
Como ejemplo citaré  el caso de Suzanne Powell, una tía cojonuda, con una cojonuda actitud ante la vida, cuya experiencia ahora comparte para ayudar a otras personas de forma gratuita, y que os aseguro es muy interesante (podéis buscar su “Reset” por ejemplo, en YouTube). No se trata de buscar nuevos profetas, sino de ser los nuestros propios, cada uno siendo consciente de su capacidad y maestría para ser feliz, y que sin duda para mí, es “La actitud”.
Y llegados a este punto, es cuando yo me monto mi propia teoría al respecto. Y os digo, que creo fervientemente que el verdadero cáncer, la verdadera plaga de este mundo, la que nos está cercando cada vez con más intensidad, es la actitud del ser humano ante la vida. Cada vez la gente está más desmotivada, es más pesimista, cree menos en su fuerza interior y confía menos en los demás. Desde todos los flancos tanto institucionales, como familiares y sociales nos están llegando un sinfín de mensajes que minan nuestro optimismo, nuestra fuerza vital, nuestra ilusión y  hasta la paz de nuestra alma.
Tanto en el terreno profesional como en el personal, se nos exige saltar un listón que cada vez está más alto y es menos alcanzable, por lo que hay que ser altamente competitivo, y señores, esto es sinónimo de rivalidad y disputa. Es la ley del más fuerte. Plantearse la vida como si fuera una batalla a ganar o perder, en lugar de simplemente vivir y dejar vivir. Ya no vale con ganarse las lentejas dignamente, tener un hogar, disfrutar de lo que se tiene y ser feliz, ¡no! Eso, es apostar a caballo perdedor,  y lo malo es que así se lo estamos transmitiendo a las nuevas generaciones.
Hay que ser “el mejor” en todos los aspectos, y aquí, el término mejor equivale a “el que más”. El que más dinero gane, el que más grande la tenga (la casa o la polla es igual), el que más caro tenga el coche, el que más idiomas domine, el que más carreras tenga (y no hablo de running, aunque podría añadirlo), el que más deportes practique,  incluso el que más perfecto sea físicamente, dando un banal sentido a este término y aunque para ello haya que pasar más veces por quirófano que Cindy Jackson. Pero esta señorita como el resto de individuos que persiguen esa supuesta perfección primero debería haber echado un ojo a la definición de la palabra “perfecto” en el diccionario, es decir,  “Que tiene el mayor grado posible de bondad o excelencia en su línea”, cosa que dudo o hubiesen comprendido aventuro, que la bondad no se implanta en un quirófano.
En fin, y al fin, lo más triste de todo, es que nos estamos olvidando de fomentar lo más importante, que es la alegría, que no la felicidad, que es más bien el producto resultante de esta. Tanta responsabilidad no deja tiempo para vivir, divertirse, jugar, compartir, ayudar, descubrir. No deja tiempo al tiempo, ya que esta búsqueda es a contra reloj. La alegría está mal vista en nuestros días. Llevan mucho tiempo inculcándonos una idea equivocada de lo que es la felicidad y lo peor de todo es que estamos creyendo en ella. La avaricia siempre rompe el saco, pero la ambición rompe el alma. Por eso cada vez que salgo a la calle me fijo en  la gente y veo rostros grises, ceños fruncidos, semblantes sobrios, ojos opacos… ¿Es eso lo que queremos realmente? Yo francamente, no.
Sonreír es gratis, pero qué poco vende, y los pájaros de mal agüero están en boga. Nos están haciendo creer que sonreír no está bien, que ser feliz aunque no se tenga nada (y hablo de dinero, que hoy en día es “el todo”) no es “normal”, que las cosas pequeñas no tienen valor, que el mundo es un lugar hostil donde hay que salir a luchar cada día en lugar de un paraíso de sensaciones donde disfrutar. Que la felicidad dura poco, así que mejor no te sientas muy feliz, ni te relajes mucho en esa breve situación, no sea que la bofetada te pille sin protección, así que ¡protégete del enemigo! ya que no se puede confiar en nadie, el ser humano es mezquino y ruin. Tan solo el dinero, será la llave que te abrirá las puertas de la felicidad.
Pues señores, yo les digo que van de culo como piensen  de este modo, pero sobre todo como actúen de este modo. El dinero es necesario sí, pero no tanto. Es un medio, no lo conviertan en un fin. Yo lo tengo claro, y pienso que en realidad, este es el motivo por el que el cáncer cada vez ataca con más frecuencia. El ser humano no vive, sobrevive, y lo hace tristemente, y lo que es peor,  piensa y cree que no está en su mano ser feliz. El sistema inmunológico de nuestra especie está por los suelos, y no digamos la autoestima. Nuestras almas se debilitan cada día, están hambrientas, famélicas, indefensas y a este inquilino le encanta campar a sus anchas en la debilidad del alma. Eso es exactamente lo que yo creo.
La plaga de nuestros días es la poca atención que se le está prestando a nuestros sentimientos y los medios de comunicación pioneros en machacar, violan, agreden y manipulan a diario, infectando al ser humano de los peores sentimientos, que fomentan con sus noticias tremendistas y repetitivas. Nuestras almas pueden ser frágiles como las alas de una mariposa, sí. Pero yo sé, que también poseen la más grande de las fortalezas cuando se alimentan. Y se alimentan de risa, de bondad,  de amor, de confianza, de respeto, de cariño, de magia, de alegría, de comprensión, de sueños, de amistad, de tolerancia, de solidaridad, pero  sobre todo…de ilusión. Sí, ya sabemos que existe el dolor, pero sufrir más de lo estrictamente necesario es optativo, y puede durar menos si se enfoca adecuadamente. “No me llames iluso por tener una ilusión”, ¿te suena?, simplemente comparte la alegría.
La felicidad empieza por la alegría, la libertad para sonreír, libertad para elegir lo que nos gusta, libertad para elegir como vivir, libertad sin cargas emocionales. El éxito está muy bien, pero elige tú mismo cuál ha de ser ese éxito, no vayamos como corderos siguiendo a un pastor que no nos ha dicho ni a donde va. No hagamos de ello el centro de nuestra existencia, o cuando hayamos llegado, si es que algún día llegamos a saltar ese listón tan alto, tal vez no nos queden fuerzas, humor o salud para disfrutarlo.
Un día una anciana me dijo: “Antes la gente se reía más y no tenía nada, ahora tienen de todo pero nunca tienen suficiente” y sé murió de risa.




@-MI PSICÓLOGO-@


Me gusta la psicología. Posiblemente porque me gustan las personas, la mente, la comunicación, la forma en que nos expresamos y lo que el entorno provoca en nosotros. Algunos amigos me piden consejo, aunque a mí no me gusta darlo. Puedo opinar, pero no aconsejar, porque jamás dispondré de datos suficientes para ponerme en tus zapatos. Estos intereses personales hacen que tenga cierta disposición a escuchar, y sienta necesidad de ayudar, principalmente porque me hace sentirme bien, y eso me gusta. Me planteo muchas cosas y siempre estoy ávida de información que me aporte más datos sobre quién soy y porque actúo como lo hago, siempre deseo aprender,  y siempre termino aprendiendo algo de las personas que me rodean.
Un día me planteé esta cuestión: Hay cosas que deben decirse en público, pero otras son privadas y nunca deben revelarse públicamente. Han de guardarse, esconderse, ocultarse. Seguro que en este momento se te están ocurriendo miles de ideas a este respecto y estás afirmando con la cabeza o con el pensamiento, estás total o parcialmente de acuerdo conmigo. Pues te equivocas, porque yo no estoy de acuerdo con este pensamiento. Porque si actuamos de este modo, lo que conseguiremos es justamente lo contrario. Que no desaparezcan jamás.
Si por ejemplo,  hoy yo subiese al Facebook el texto: “Cuando llegué ayer a casa me encontré  a mi pareja (marido/novio/amigo con derecho a roce) en la cama con otro/a y estoy destrozada”. Seguro  te quedarás desconcertado/a. Puede, en un primer momento,  que pienses que es una broma, cositas del “face” que nos vuelve graciosillos y juguetones. Pero si consideras que no lo es, seguro te chocará que comparta esta información públicamente y decidirás de qué modo vas  actuar ante esta revelación.
Pero si escribo: “En mi vida entró alguien fascinante que me hace tocar el cielo cada vez que me mira”, posiblemente  no dudes de su veracidad, o al menos de que algo maravilloso me está sucediendo y fijo lo comprendes al instante. Casi apostaría a que haces un comentario o clicas al “Me gusta”.
La diferencia entre estas dos situaciones es evidente, no estamos acostumbradas/os  a compartir la parte negativa de nuestras vidas  porque la consideramos vergonzosa, y si nos hacen partícipe de ella lo primero que hacemos es dudar de su veracidad. Aunque no seamos nosotros mismos los causantes de la situación, nos resulta bochornoso que la gente se entere de que nuestra vida no es un jardín de flores, porque mina nuestra imagen de personas perfectas y felices. Pues bien, nadie es perfecto, eso lo sabemos todos, ni existen vidas perfectas. Tan solo vidas diferentes con experiencias diferentes pero que acaban siendo muy similares. Todos tenemos momentos de felicidad pero también y por desgracia, muchos momentos de dolor, pero estos últimos no son atractivos, no interesan, no se comparten. Son privados.
El dolor, el sufrimiento, la tristeza, forman parte de nuestras vidas, pero no se deben compartir. Tan solo, en el mejor de los casos, lo hacemos en un círculo muy cerrado que termina abarcando tan solo a nosotros mismos. Nos han enseñado a  ocultarlos, a no mostrarlos,  ¿quién no ha escuchado alguna vez (por no decir miles) “los trapos sucios se lavan en casa”?
Pues bien, a mí me gustaría saber que trapos son esos. Tal vez los que se quedan ahí en el cubo mental de la “ropa sucia” apestando por el resto de nuestros días y que jamás se lavan, esos que corroen el alma hasta volverla color gris ceniza, esos que están en todos nosotros de un modo u otro pero que cuando finalmente los muestras a alguien, este termina sacando su propia colada y demostrándote que los tuyos tal vez no estaban tan sucios sino un poco deteriorados, o viceversa, pero que consigue que ambos  os sintáis mejor. No eran tan sucios y seguramente la mayor parte de ellos no eran ni vuestros.
No creo que se tenga que ir aireando la vida privada a los cuatro vientos, pero sí, que sería muy beneficioso para todos/as que se  tuviera libertad y soltura para expresar tanto las cosas que nos hacen felices como las que nos  dañan. Entender, que la comunicación es la base del entendimiento entre seres humanos, que nada de lo que nos ocurre es aislado, y mucho menos sucio,  bochornoso  o vergonzoso, por el mero hecho de que nos provoca un dolor. Pero entiendo que poder hablar de ello con libertad  es la única manera de que podamos  liberar los miedos, confiar en las personas y no cargar con lastres innecesarios.
No hay nada vergonzoso en sufrir, ni en sentir dolor, en ser sensible, ser abandonado o engañado por tu pareja o  en tener una familia “políticamente incorrecta” (todas tienen “algo” os lo aseguro). Pasar hambre, no tener dinero para llegar a fin de mes o cientos de cosas que se me ocurrirían. Seguro que alguna encaja en tu perfil y si no es así, eres esa excepción necesaria para confirmar cualquier regla ¡estás de suerte! O te estas mintiendo…
Pero, seguro que estarás de acuerdo conmigo en que no compartirías algo así con nadie, o casi nadie, cuando menos en un Facebook. Sin embargo, si lo hiciéramos, posiblemente recibiríamos más beneficio que perjuicio, porque si algo tiene las redes sociales es que detrás hay personas, y esas personas en términos generales son SOLIDARIAS. Todo el mundo se mueve cuando una chica ha desaparecido, o un delincuente peligroso  está en busca y captura,  un niño necesita un  trasplante o hay una evidente injusticia social. Las personas se conmueven y tienden a arropar al prójimo en situaciones críticas, pero esas críticas situaciones son de otros, a mí no me ocurren.  
Así que, si  me encuentro el “numerito de cuernos” no se me va a ocurrir compartirlo con nadie, no sea que critiquen mí crítica situación y mi mundo de color rosa desaparezca (aunque ya lo haya hecho). Pero si me entra la enajenación mental transitoria y lo comparto, estoy segura de que recibiré llamadas de mis amigos, esos que lo son no solo de nombre, y miles de muestras de apoyo de gente, que aun no conociéndome lo suficiente, querrán arroparme de alguna manera. Y es muy probable que ese apoyo me ayude  a sentirme mejor. Pero para eso he de estar acostumbrado a expresar mi sentir con libertad y sin vergüenza, ¡aaah, la vergüenza! Eso que se tapa desde que nacemos y que con cada año contiene una capa más y termina convirtiéndonos en pesadas cebollas y haciéndonos llorar…..
Si estuviéramos  acostumbrados a expresar el dolor con la misma facilidad con que expresamos  la alegría, ese dolor sería menos doloroso, valga la redundancia, menos dañino, más liviano e incluso más breve, ya que perdería toda su carga psicológica, el peso de  la mal entendida “vergüenza” impuesta por una sociedad que nos dice que la imagen está por encima de las personas, de los sentimientos, de la vida misma. Que eres lo que aparentas y no lo que verdaderamente eres, que es, mil veces mejor que eso.
No os pido que estéis de acuerdo conmigo, tan solo que os paréis a pensar en ello unos instantes y os preguntéis  ¿Qué beneficio se obtiene de no expresar el dolor? ¿Compensa?
Yo os doy mi respuesta: Ninguno. Y no, no compensa.
A la corta o a la larga tan solo la comunicación, compartir con otras personas tu angustia, logrará, sino que te deshagas de ella, si  mitigar su peso. Buscar personas con quien compartir tu dolor y no ocultarlo, rodearte de amigos/as  de esos que no juzgan, que saben escuchar, sinceros, imparciales, nobles, y generosos y sobre todo logra comunícate, a poder ser personalmente, no a través de un Facebook, será lo que te libere de buena parte del peso.
Si no lo consigues, es muy probable que termines tumbado  en un diván contándoselo a  un perfecto extraño al que pagarás por horas para que escuche tus mal entendidas “miserias” y que en la mayoría de los casos el único peso que te quitará será el de la cartera, porque al fin y al cabo, ¿no son los  psicólogos amigos de pago?
Me gusta la psicología, pero más me gusta poder sentir que lo que sé, lo que siento y lo que soy lo puedo compartir con otras personas de forma totalmente altruista y conseguir que de algún modo, se sientan mejor. ¿Y a ti, te gusta hacer sentir bien a los demás? Pues elige a tus psicólogos, el mío………… puedes ser tú.


@-LAS PIEDRAS-@


La vida va generando en cada uno de nosotros pequeñas cicatrices. Dependiendo del tipo de vida que se haya vivido se cargan más o menos de esas cicatrices. De ellas creemos aprender, pero no es así, lo que nos hará crecer será asumirlas, enfrentarlas y superarlas, son un lastre pesado con el que cargamos, si no las superamos, aunque pase el tiempo, continúan ahí y reaparecerán. Las provocan, lejos de lo que se pueda pensar, no grades catástrofes sino pequeñas acciones que nos hieren, esas pequeñas cositas que para nosotros son importantes y para cualquier otro son insignificantes, esas cositas inconfesables difíciles de apreciar.
Debes intentar superarlas desprendiéndote de ellas, y perdonando. Lo consigues contándoselas a un amigo, a tú pareja a un familiar especialmente cercano….pero,  si elegiste mal a la persona en la que depositaste tu confianza, o si esa persona no aprecio el grado de importancia que tenían para ti, se vuelven a abrir y consiguen que la próxima vez  seas más hermético y cerrado, que ya no confíes en nadie, que  sientas que la vida te dio la espalda……..otra vez.
Entonces  tendemos a considerarlo un error, creemos que hicimos mal al confiar en alguien equivocado en determinado momento, y  consideramos que podía haber sido decisivo si hubiéramos actuado de otro modo, si nos hubiéramos callado en determinada ocasión, si no nos hubiéramos abierto, pero es absurdo pensar eso, ¿has intentado comprender por qué deseas contárselo a alguien?
Hablar es una liberación, expresar te quita peso, el peso del silencio. Tal vez simplemente no te dijo lo que tú querías oír y abrió esas heridas sin curar, porque no buscabas respuestas, sino solamente comprensión. Tal vez crees que tan solo tú sufres más que nadie, tal vez tú ya te juzgaste y condenaste al silencio, y no permites que nadie te juzgue de ese modo, no te gusta oírlo, porque nadie puede juzgar la vida que no vivió. Es cierto.  Cada uno es un conjunto de sus propias vivencias y de las decisiones que tomo,  pero no es inamovible, siempre puede ser mejor, siempre puede cambiar lo que no le gusta, tan solo ha de desear cambiarlo por sí mismo, no por nada, ni por nadie. Aceptarse, perdonarse y crecer.
Nunca diré de esta agua no beberé porque he bebido una y otra vez en las mismas aguas, hay cosas en mí que no cambio porque me gustan como son, y sé que volveré a beber del mismo agua el día que lo desee. En muchos aspectos terminaré  actuando de la misma manera en las mismas circunstancias, pero seré otra persona en otro momento de la vida, seré mejor y esos actos tendrán distinto resultado, porque yo los cambié, porque nada se repite solo se transforma.
 Solo puedo guiarme por lo que siento, lo que me sale. Y si no sale, es porque no lo deseo. Dicen que el hombre es el único animal que tropieza dos, tres, cuatro veces con la misma piedra, y si tuviera vida suficiente, hasta infinitas, porque no se da cuenta de que esa piedra con la que está tropezando, es él mismo. No entiende que nada lo puede dañar más que él, qué nada lo puede hacer más feliz que él mismo. La felicidad empieza por amarse a uno mismo y tener capacidad para ser consciente de ello, sin ese temor absurdo. Tan solo disfrutar de lo hermoso que pasa por su vida sin intentar poseerlo, retenerlo, o transformarlo, tan solo amarlo y dejarlo libre, como el viento, como el mar….
Se tiende a pensar, que los jóvenes, cualquiera que sea más joven que tú, no saben dela vida, que somos más sabios por la edad, las experiencias o la perspicacia. Posiblemente en algunos aspectos sea  así, pero en muchos casos, esa falta de experiencia, de cicatrices, convierte a algunos jóvenes,  a mis ojos, en seres interesantes e impresionantes, que saben disfrutar de la vida, que expresan lo que sienten como lo sienten, por eso siempre me gustó rodearme de ellos y escucharles, no solo oírles. Carecen de ese lastre de supuesta experiencia y lo compensan con grandes dosis de entusiasmo y pasión, por eso resultan tan atractivos. Incluso los niños son grandes maestros, yo conozco dos maestrillos a los que siempre me gusta escuchar, su visión de la vida no está dañada, no de momento,  los respeto como las personitas que son, siempre he aprendido tanto de ellos como de cualquier persona de mayor edad, que pueden darte una visión siempre distorsionada de la vida, la visión personal creada por sus experiencias pero que nunca son ni serán las tuyas, ya que como dice mi padre: “Cada uno cuenta la feria como le fue en ella”.
Algunos lo llaman desengaños, otros heridas y otros pensándose más sabios experiencia, sin pararse a pensar que esa “experiencia” mal gestionada, inhibe su frescura, su expresividad, sus ganas de vivir. Los momentos de la vida nunca se repiten de igual manera aunque a veces tengamos la impresión de que sea así, es imposible, porque nosotros nunca somos exactamente los mismos ni un momento es exacto al anterior, vamos creciendo, cambiando, mutando, como la vida misma….
Mi falta de experiencia en muchos aspectos  creo que me ha dotado, a mi edad, de esa parte de entusiasmo juvenil que mantengo intacto en mi interior. Me ha causado daño, en ocasiones muchísimo, pero he intentado entender que es lo que lo provocó, y asumir mi responsabilidad. No busco culpables de mis errores, tengo una vida para vivirla como me dé la gana, soy responsable de ella, yo y nadie más. Voy en busca de lo que deseo con toda la pasión de que soy capaz y agradezco todo lo que me aporta algo bello a mi vida. De las experiencias, heridas o vivencias solo deseo sacar el lado positivo, el vaso siempre estuvo medio lleno para mí. No quiero perder, en cierto grado, mi parte ingenua, mi confianza en el ser humano, dejar que ese lastre, mi propio lastre me supere, me haga crecer hacia dentro a base de hostias, prefiero expresar y sacarlo fuera,  buscar cuales son mis piedras, verlas, calcular sus dimensiones  y saltármelas cuando me las encuentre. Aprender a saltar…. bien alto.



@-SOY TORMENTA-@


Llueve,  y sorprendentemente esto me hace sonreír. No es que lo eche en falta sino que me trae recuerdos agradables, aunque sutiles y melancólicos, momentos demasiado monótonos y aburridos, momentos grises sin vida ni fuerza.
Es agradable sentir esas pequeñas gotitas de lluvia en la cara de vez en cuando, pero si he de mojarme yo  prefiero una tormenta, un torrente empapándome entera, calándome hasta los huesos, produciendo sensaciones intensas de esas que no se olvidan, haciéndome sentir su pasión, su fuerza, su poderío, haciéndome sentir viva.
Lo sutil es agradable, tranquilo, más estable, no digo que no, y a veces también necesario, pero lo justo para coger fuerzas de nuevo. Porque si esa tranquilidad se torna constante, monótona, rutiaría al final  es como vivir en un pueblo, me aburre, no es para mí, no al menos de momento. Le falta vida,  le falta pasión,   es como dejar de sentir, como un coma profundo que tal vez sea necesario un tiempo, para sobreponerse de un shock traumático, para conseguir  paz, para cargar las pilas. Es como pasear por un cementerio,  me gusta ir en ocasiones, pero solo para escuchar a los muertos que me susurran: “Carpe Diem…”, como en esa película de Peter Weir. Puedo escucharlos, sentir sus almas pidiéndome  que viva mientras pueda. No voy a hacer de mi vida un cementerio, no estoy muerta y no quiero vivir la vida como si lo estuviera….
Todo lo que ha ocurrido antes de en este momento ya  es pasado, y para mí lo pasado,  pasado está, ya no está, como esos muertos, puedo sentirlo pero se ha ido y he de seguir adelante. No voy a negar que a veces recuerde cosas,  pero creo que cada vez son menos, anclarse en el pasado te impide crecer y terminas viviendo en una constante comparativa sin llegar a apreciar el momento actual en toda su intensidad, y este momento acaba de pasar al pasado, continuamente lo hace, ya no se puede rectificar, ¿Por qué molestarse en desear volver a él si ya nada se puede cambiar? Hay tanto en el presente por hacer, por disfrutar, por sentir….
Y el presente, aaah! el presente….  está ahí, nuevito, sin estrenar, como unos zapatos de domingo, y son nuestros zapatos, los que debemos calzarnos cada día para recorrer el camino, para construir un pasado por el qué tal vez un día, cuando seamos viejos, nos guste salir a pasear. A recordar, porque ya no podamos hacerlo con nuestros pies . Pero todavía no soy vieja, no me siento vieja, ni mayor para hacer nada que quiera hacer, la edad está en la mente y conozco gente vieja con muy pocos años. Es la falta de ilusión lo que envejece, perder las ganas de vivir, de luchar, de pelear, de conquistar, de cruzar la frontera de nuestras propias limitaciones, es dejarse ya mojar por esa suave lluvia en lugar de salir a saltar bajo la tormenta.
Me gusta vivir el presente, sentir que me pertenece y puedo hacer con él lo que me dé la gana, porque sé que puedo, y tú también. Sentir como la sangre corre por mis venas, como se mueve en mi interior,  como soy capaz de emocionarme con las pequeñas cosas, con los detalles, con sorpresas inesperadas, con sonrisas ajenas, con el entusiasmo de una voz, con la lucha de los otros y hacerlas mías, sentir  que todo eso está dentro de mí me da fuerza y  puedo comerme el mundo, soy yo quien conduzco y puedo pisar o soltar  el acelerador cuando me dé la gana.
Dejarse mojar por esa suave y sutil  lluvia puede estar  bien, pero yo todavía disfruto saliendo a saltar bajo la tormenta, todavía amo la Vida……


@-MI PROGENITOR ME MIMA-@


Conozco bien  los mecanismos del autoengaño, esa sutil forma en que nos intentamos convencer a nosotros mismos de algo a base de no facilitarnos toda la verdad.
Como por ejemplo, cuando alguien le pregunta a un fumador, “¿fumas mucho?”,  y casi automáticamente responde, “¿yo?, nooo….no  llegará a un paquete”. Cuando realmente sabe, casi a ciencia cierta, que se limitas  sencillamente a no contarlos. Aunque su cerebrito, ese,  que suspendía  cada año “las mates”,  se hace una perfecta idea de la cantidad exacta que consume, pero  de este modo no tiene un dato real que lo ratifique y se hace literalmente “el loco”, es decir, no se cuentas  toda la verdad y así no siente que se está  mintiendo, sí es muy audaz,  hasta consigue desterrar ese  pensamiento de tal forma, que acaba creyendo su propia mentira.
El caso es que a mí esta estrategia ya no me sirve, porque tengo un Pepito grillo que grita más que un demonio.  ¡Jodido grillo!,  y me avisa cuando estoy entrando en ese sainete miserable. Y yo me pregunto,  si somos capaces de hacer esto con nosotros mismos, cuantas mentiras no seremos capaces de aceptar con relación a los demás, sin ni tan siquiera detenernos a  pensar ni un segundo en ello para no despertar a  Pepito, el  grillo que agazapado espera para salir gritando.
Una de esas mentiras, es la que está relacionada con la capacidad para ser padre. Con  quién determina si se es y  no se es capaz, o lo que es peor, quien puede o no puede serlo. Cuando de heterosexuales hablamos es de lo más sencillo, no lo determina nadie, bueno miento, lo determina la mujer, solo y exclusivamente. Hoy en día  si una mujer que no quiere tener hijos no los tendrá y si lo desea, nada ni nadie impedirá que así sea, tiene miles de millones de maneras de llevar a cabo tamaña empresa en solitario y sin necesidad de preguntar. No necesito enumerar opciones, sé que todos estaréis de acuerdo conmigo.
Pero si del hombre, estamos hablando, la cosa cambia radicalmente, nada puede hacer para tener un hijo en solitario, y si  de algún tipo de triquiñuela  se valiesen para lograrlo, por ejemplo a través de una generosa amiga, no tardaría la justicia, en caer sobre ellos con todo el peso de la ley. Ley, ante la que somos iguales como derecho fundamental  y que reza en la Constitución Española Capitulo II, Articulo 14: “Los españoles son iguales ante la ley, sin que pueda prevalecer discriminación alguna por razón de nacimiento, raza, sexo, religión, opinión o cualquier otra condición o circunstancia personal o social.” Y si somos iguales ante esa ley, ¿Por qué una mujer, por el hecho de serlo puede criar y educar a un niño sola sin ser prejuzgada o cometer un delito   y un hombre no?
La mujer posee la capacidad natural de engendrar, gestar y parir una criatura,  pero esto no es  un atributo que lleva inherente la capacidad para ser una buena o mala madre, en eso influyen muchísimos más factores, tales como si realmente lo desea, el amor, la dedicación, la paciencia, la responsabilidad, la estabilidad  emocional y miles de cualidades que se van sumando a lo que forman un carácter. Idénticos factores que formarían un buen padre,  y  esto nada tiene que ver con la condición sexual de cada individúo.
Es más, ni tan siquiera creo que el modelo de familia convencional  hombre-mujer-niño sea el mejor, sino una opción más en el amplio abanico de ellas. Cada vez hay más familias mono-parentales producto de los miles de separaciones, divorcios, o rupturas y en la mayoría de los casos, esto acarrea fuertes traumas a veces insuperables para esos niños producto de uniones rotas incapaces de desvincular la relación personal de la relación maternal o paternal.
Tal vez si cada individúo pudiera ser padre o madre en solitario, si la educación estuviera enfocada de este modo, todos y todas estarían en posesión de las mismas cualidades independientemente de las propias individuales,  no se perseguiría la pareja como meta para crear una familia, no se traerían hijos al mundo para salvar matrimonios, no se discriminaría a la mujer en el ámbito profesional  para supeditarla a un hombre y coartar su independencia económica  y social, y tal vez esos hijos serían más felices.
Tal vez, la igualdad comience por reconocernos como seres individuales, independientes y autónomos, que si lo desean se acompañaran de otros seres para compartir la vida de forma libre y que se verán y tratarán como iguales. Tal vez un día podamos dejar de mentirnos tanto y empezar a hacer más caso a ese Pepito grillo que tanto sabe y que tan poco escuchamos. Quién sabe……tal vez un día
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@-PELOS EN LA LENGUA-@


Definitivamente creo que soy de otro planeta. En algún momento debí caer de la nave en la que me encontraba, cruzar la barrera del espacio-tiempo y salir despedida cual proyectil hasta dar con mis huesos contra el suelo. Más el golpe debió dejarme una amnesia selectiva, pues nada recuerdo de mi entorno anterior y sé que no puedo volver a casa, no, al menos de momento.
Pero mi parte interna debió de quedar intacta, es decir, la base del pensamiento, la que define quién soy, no sufrió daño alguno y es por ello que  sospecho que mi forma de pensar es tan opuesta y disonante con el resto de humanoides de este planeta, y comienzo a intuir que no estoy sola del todo, sino que hay por ahí alguno más de los míos, aunque sospecho que son pocos, muy pocos.
Desde el principio fui un enigma, ya cuando llegué nadie me esperaba y me recibieron con el trato correcto que se da a una visita inesperada, era algo incómodo que había llegado sin avisar. No debía hablar el mismo idioma y todo esfuerzo por conseguirlo fue a parar a tierra baldía,  pues nunca logré hacerme entender o conectar con el entorno, tan solo con el tiempo aprendí ciertos códigos terrenales que me sirvieron para esquivar dardos y desarrollar una capacidad sorprendente en el arte del escapismo.
La escuela no fue menos, no entendía yo a aquella panda de personajes abusadores que nada me enseñaban y mucho me exigían, sin dar crédito a tanto cúmulo de información lanzada a modo de piedras y tanta disciplina militar ejecutada sobre pequeños infantes uniformados de bata rosada o azul celeste que portábamos a modo de insignia determinante del miembro que colgaba, o no, entre nuestras piernas.
Enseguida fui consciente de la importancia que ello tenía en el organigrama piramidal de aquella sociedad, ya que el mismo colgajo o la falta de él, condicionaba los juegos, los amigos e incluso las conductas entre seres que aparentemente poseían idénticas cualidades intelectuales.
Luego llegó la liturgia del pastoreo, donde como corderos desfilábamos conducidos por sospechosos individuos hacia una supuesta luz que nada dejaba ver y de la que todo se debía intuir. En aquellas catedrales jamás hizo aparición iluminación alguna sino paladas de incongruencias. Pecaminosas conductas por cometer que ya había que purgar ante los expectantes ojos de la manada. Dos días me duró la atención en semejante comedia, volviendo yo a sentir la clara sensación de estar fuera de lugar, momento o época y empezar a maquinar el retorno a mi mundo extraterrestre.
No obstante, en un intento de adaptación al medio hostil y por puro instinto de supervivencia cruce más de dos aros y algún que otro circulo vicioso que me llevó directamente al tornado del desconcierto y ya sin más opción que aceptar la realidad me posicioné en la clara evidencia de que por más empeño que yo le pusiera este mundo no era el mío.
Me crecieron uñas en el alma y pelos en la lengua, mi piel se tiñó de azul intenso y mute a mi forma natural, lo que soy hoy en día, y lo que evidentemente siempre fui, un ser extraño que desentonaba y destacaba allá donde fuese, indomesticable y rebelde. Por fin había aceptado mi condición alienígena y podía empezar a dirigir mis ondas cerebrales hacia el espacio exterior.
Y he aquí que me hallo hoy, infiltrada y bien camuflada de forma camaleónica entre la población, para no levantar sospechas, expectante y alerta a la espera de recibir la señal que me indique que la puerta cuatridimensional ha sido abierta y me permita regresar al mundo al que pertenezco.


@-LA LLAVE-@


A veces me pregunto qué hago en este puto mundo, que pinto yo aquí, si es que pinto algo. Que absurdo cometido tiene la humanidad y si esta seguirá en una especie de infinita existencia o se extinguirá como tantas otras especies lo hicieron antes.
El ser humano pasa de sentir la vida como algo sencillo a contemplarla como algo indescifrable. Nacemos para morir, de eso no hay duda, y tal vez lo único que dejemos en nuestro camino sea nuestra obra, nuestros hijos, nuestro arte, nuestra huella…tan efímera y fácil de borrar como la nube del humo de este cigarrillo. No somos nadie y nadie nos recordará, por lo menos a la inmensa mayoría de nosotros, al grueso de la especie. ¿Acaso importa?
Pero somos tan importantes a nivel individual, que sentimos la necesidad de perpetuarnos de algún modo. Tal vez los sentimientos, lo que nuestro complejo cerebro nos hace sentir, es lo único verdaderamente cierto. Durante unos minutos placer, rabia, frustración, alegría, desdicha, ilusión, pena, amargura, gratitud, eufonía, necesidad, instinto de superación….Si careciésemos de todos los sentimientos ¿qué seriamos? El ser poseedores de una mente capaz de abstraerse de la realidad tal vez sea lo único que nos mantenga vivos y nos impulse hacía esa necesidad de seguir creando, soñando, luchando….Pero esto ¿nos hace más felices o más desdichados e insatisfechos con nuestra fugaz y real existencia?
No comprendo la vida pero he de vivirla. No sé qué hace que nos aferremos a ella con uñas y dientes, ¿el instinto de supervivencia, la aventura, la curiosidad tal vez de lo que sucederá mañana? ¿Por qué luchamos? ¿Por nuestros verdaderos deseos o por lo que la sociedad nos obliga a creer que deseamos? Casa, coche, hombre-mujer, nómina, pensión, dinero, seguridad…..Esa supuesta seguridad que nunca es del todo real y que pende de un delgado hilo, que se tambalea y cae como los frutos maduros cuando menos lo esperamos con cualquier viento desfavorable.
¿Que nos hace levantarnos cada mañana? Posiblemente ese sentido de la responsabilidad soterrado en nuestros pellejos pre-programados, esa ilusión reconquistada en los ojos de cualquier ser humano afín o la necesidad de pensar que algo maravilloso está a punto de suceder. Porque si de algo estoy totalmente segura, es de qué la incertidumbre del final de la historia, nuestra historia, la que a diario escribimos cada uno, es lo que nos impulsa a continuar escribiendo en el gran libro de nuestras vidas, creyéndonos así los grandes autores de nuestra propia novela, la única que nos importa, la única que nos empuja a seguir adelante. Pero asumamos, que en el fondo, no somos más que piezas de un enorme puzzle, meros personajes secundarios de la historia que están escribiendo otros.
A veces cierro los ojos y puedo desaparecer, olvidar tiempo, lugar, situación y por unos instantes no echo nada en falta, ni siento ni padezco, mi cuerpo no me necesita ni a mí ni a nadie, él sigue respirando, palpitando, envejeciendo con cada segundo, marchitándose como rosas en un jarrón. Es mi cerebro quién controla hasta cuándo continuará mi existencia, quién tiene el poder de decisión. No soy más que un cerebro cubierto de hueso y  carne, una voz en la mente, una marioneta que podría cortar sus hilos, pero que sabe que dejaría de bailar para siempre en el baile de la vida, y todos queremos seguir bailando.
Es, en ese momento, cuando soy consciente del poco control que poseo. Aunque yo lo ordenase mi cuerpo no dejaría de respirar, no obedecerá, de igual modo que dejará de hacerlo contra mi voluntad cuando él lo decida y nada podré hacer por evitarlo. Tal vez otros antes que yo, descubrieron algo parecido y decidieron jugar a ser dioses y estudiar medicina, como forma de rebeldía e insumisión, para poder mitigar tal impotencia manifiesta. Pero ni con esas lograrán vencer sus miedos, espantar sus demonios, ya que esos  “milagros” tan solo podrán ser manifestados sobre otros, en su propia persona jamás tendrá el poder de vencer a la muerte.
Creo que deberíamos empezar a venerar a nuestro cerebro, es el único y verdadero Dios que rige nuestra vida. Omnipotente y omnipresente, dueño y señor del existir, el que manda. Ser consciente de ello me hace interesarme más por esa sofisticada computadora central, tan exquisita y compleja, retorcida en ocasiones pero tan sencilla y generosa en otras, incomprensible, obtusa y a veces, tantas veces….extraña.
Dominar la mente será lo único que me hará más grande, porque sobre el resto siento que apenas tengo control alguno. No voy a negar que a veces me sorprenda con pequeñas conquistas, esas que a pesar de mi programación de serie yo me salto a la torera, las quebranto, las persigo y doblego, las reseteo y  replanteo de nuevo por la necesidad de ir más allá, quiero saber, saber, saber…
Quiero respuestas para los porqués de nuestros actos, eso es lo que me mueve, a pesar de toda  educación, doctrina o de haber recibido cierto software, a desear ser un troyano espía de mi misma, esperando el momento de ser auto ejecutado y tomar el control, escapar del rebaño, convertirme en la oveja descarriada, pero libre, que siempre quise ser, aun cuándo ni yo misma supiera cual iba a ser el resultado final. Algo en mi interior me lo dicta, algo más allá de mi cabeza, algo espiritual, lejano pero intenso….
¿Qué es, lo que me subleva contra mí misma y se manifiesta como una auténtica revelación, un milagro, una conquista más de mi obstinado cerebro? Tal vez nunca tenga el control absoluto, pero al menos lo sé……y si logro conocer al enemigo, dispondré de más armas para hacerle frente.


@-DESIGUAL-@


Pasó otro día más de la mujer y todavía no entiendo su significado, más allá de lo puramente comercial, debe ser mi falta de entendederas, pero voy a aprovechar la resaca de este día para gritar algunas verdaderas mentiras instaladas en nuestra sociedad y que tendrían consideración de delito tipificado en  el artículo 456 del código penal si  de buscar culpables se tratara.
Me entran ganas de gritar cuando me doy cuenta de que sumergidos en el primer siglo del III Milenio, seguimos sin comprender el termino IGUALDAD. Igualdad entre seres humanos desiguales. Cada uno de ellos único e irrepetible pero que deberían ser iguales en derechos y obligaciones. Seres condenados, parece que de por vida, a estar en bandos opuestos, segregados por nuestro sexo en lugar de unidos como personas que se complementan, toleran y respetan.
Estoy cansada de bulos instalados de forma cotidiana como hechos inamovibles, como rotundas verdades por ser repetidas hasta la saciedad, pero sin ninguna base probada ni probable, que ya no hay por dónde cogerlas, pero continúan estando ahí, latentes. Algunas tan injustas e importantes que se ha luchado y se sigue luchando por abolirlas, pero de estás no voy a hablar, porque caen por su peso y se revindican desde distintos grupos y asociaciones.
Hoy quiero hablar sobre las mentirijillas, que más bien yo llamaría mentirijonas porque son bien gordas, y que se van haciendo enormes cual bola de nieve en vertiginoso descenso. Y es que, nunca he pensado que el hombre sea débil, pero lleva siglos demostrando que él mismo no se lo termina de creer y me refiero  al hombre como género masculino no como ser humano. Es la única explicación razonable para tanta patraña junta.  Pongamos un ejemplo trivial: "Los hombres tienen más necesidad sexual que las mujeres", esta es una de tantas verdaderas mentiras convertidas en doctrina que muchos y muchas terminan por  creerse. Y lo peor de este tipo de bulos es, que no solo las creen a pies juntillas, sino que  hasta son capaces de defenderlas a capa y espada.
No pretendo hacer un ranking de quien tiene más ganas, porque sería absurdamente estúpido, tan solo me revienta que con ello se haya castigado y manipulado durante tanto tiempo la mente femenina haciéndoles sentir culpables y reprimiendo su sexualidad. Pretendiendo, y en algunos casos consiguiendo, que muchas de ellas se sintieran obligadas a justificar sus negativas, a no ser libres para decir NO, sobre todo en el contexto de la pareja. Un maltrato psicológico absurdo y cruel, una manipulación manifiesta para lograr un objetivo mezquino y abyecto cuyo único fin es el de someter. Y esto sigue sucediendo hoy en día.
Si de hacer un ranking sobre deseo y ganas se tratase no me cabe duda de que quedaría en tablas. Y no porque lo diga yo, sino porque lo sabe cualquier ser humano con dos dedos de frente, y está avalado por estudios a este respecto, por ejemplo, el médico y psiquiatra John Bancroft publicó un artículo llamado “El deseo sexual”, y en él concluye que la testosterona influye en el deseo tanto de hombres como mujeres, pero no de manera exponencial, es decir, que no significa que a más testosterona más deseo. Si no que tomando como base la cantidad normal de testosterona que tienen hombres y mujeres, el hecho de aumentar la hormona sexual no provocará más deseo.
Todo hace pensar que la actividad sexual y el deseo están relacionados con factores más psicológicos que hormonales. Así que no podemos concluir que los hombres tienen más ganas que las mujeres, sino que muchas de ellas asumen que la falta de deseo de los hombres se debe a que ellas no son lo suficientemente atractivas; mientras que ellos suelen pensar que la ausencia de deseo en ellas, es un problema femenino. En síntesis: si hay falta de deseo, “es responsabilidad de la mujer”. Del mismo modo, imposiciones sociales y exigencias obligan a los hombres a mostrarse muy viriles y machos, lo que hace más difícil que un hombre admita que no tiene deseo o que lo tiene disminuido. En este tema como en cualquier otro la carga cultural, social, moral y represora contra hombres y mujeres ha hecho, y lo que es peor, continúa haciendo mucho daño.
Comprendo la inapetencia de cualquier ser humano, igual que tengo capacidad para comprender todo tipo de situaciones que nos inhiben de las ganas, y sobre todo, por el respeto que siento ante los sentimientos reprimidos de muchísimas mujeres y hombres te invito a demostrar que eres persona ante todo, ni hombre ni mujer y defiendas tu libertad sexual, saques tus propias conclusiones y no asumas lo establecido como cierto, en el 90% de los casos, no lo es, ya que cada individúo tiene su verdad.
Si tu vida sexual no te satisface empieza a mirar el yunque de tu ojo y deja de mirar la paja en el de los demás, seguramente el problema no sean las ganas, sino los modos y no haya más razones que la falta de entendimiento por ambas partes. Respeta lo que amas y no busques en tu insatisfacción, culpables más allá de ti mismo, porque esa satisfacción que “necesitas” siempre estuvo al alcance de tu mano. Alguien dijo una vez: "La masturbación es el sexo con alguien a quien amas." Cuando empecemos a asumir que tod@s gozamos de una parte masculina y femenina, que tod@s tenemos sentimientos y  los sentimientos carecen de sexo, empezaremos a amar a seres humanos, no ha géneros y se podrá caminar hacia un mundo más igualitario. Respetar la igualdad es respetar nuestras diferencias.